Tamara Ortiz, “La historia de Federico”

¡Les voy a contar por qué me mandaron a este lugar!
Por el año 1830 yo vivía con mi familia y aparentábamos ser normales. Mi familia estaba construida por Don Antonio, de unos 50 años, por su señora Doña Amanda y por mi hermano Carlos de unos 30 años. Éramos una familia adinerada y vivíamos en una gran mansión, alejada de las demás casas y cerca de un río.
En ese tiempo existía la esclavitud por lo cual teníamos dos chicas jóvenes de color para las tareas domésticas y para cocinar.
Un día yo me doy cuenta de que estaba enamorado de una de mis sirvientas. Pero no quería hacer pública la relación porque creía que sería un escándalo para la familia. Ya que ellos querían que me casara con una chica de mi posición. Desde entonces decidí no contra nada. Y dejarme llevar por lo que sentía mi corazón.
Pasaron los meses y nadie sospechó nada.
Hasta que un día mi mujer y sirvienta de la casa me dice que estaba esperando un bebé. Hablamos mucho sobre el embarazo y las consecuencias que tendríamos si la familia o el pueblo en donde vivíamos se enteraban de la noticia.
Luego pasó un mes de pensar en las consecuencias que nos traería ese bebé y nos pusimos de acuerdo en que lo mejor era no tenerlo. Al otro día abortamos y a la media noche enterramos el cuerpo en el jardín de la mansión. Rosa, mi mujer, no podía superarlo. Ella no dormía, no comía y nuestra relación prohibida ya no era la misma. Discutíamos todos los días por lo terrible error que habíamos cometido, Rosa lloraba al lado de la tumba de nuestro hijo cada vez que discutíamos y su locura y delgadez eran más notables día a día. Ella estaba aterrorizada porque cada vez que dormía veía unos minutos la carita del bebé y en sus breves mementos de descanso lo escuchaba llorar. Su enojo crecía, y su angustia también.
Pero yo seguía mi vida normal sin pensar y sin que me importaran los ataques de Rosa. Yo le decía que todo iba  a pasar y que algún día se olvidaría del horror que habíamos cometido.
Un día me fui a la casa de mi hermano Carlos. Rosa no se sentía bien, la dejé sola. Cuando regresé la encontré muerta sobre la cama. Había dejado una carta sobre la almohada que decía:
“No aguanto más. Estoy muy angustiada. No sé cuánto más voy a soportar este sufrimiento. Después de que leas esta carta seguramente estaré muerta. No olvides que te quiero.”
Cuando terminé de leer la carta quedé paralizado por unos minutos. No podía entender que Rosa había muerto. Yo la amaba y en ese momento me di cuenta por lo que ella había pasado. La culpa me había invadido. Y a gritos le conté todo la verdad a mi familia. Ellos quedaron muy sorprendidos y se enojaron mucho, al saber que yo les había ocultado la verdad. Después de un año enloquecí y mi familia decidió enviarme a este manicomio.

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