Agustín Konecny, “Sola”

Está solo en el mundo. Todos los seres vivos están muertos. Tocan a la puerta. El hombre se despierta, va a la puerta, mira por la perilla y no hay nadie. Abre y empieza a buscar a la persona que golpeó y se esconde. Mira para todos lados y no encuentra a nadie. Mira hacia la pared, había muchos zombis. Entra a la casa, cierra las puertas y las ventanas. Ahora entiende todo: el mundo se había infectado, se habían convertido en zombis. Al otro día escucho ruidos. Pensó que eran esos monstruos pero en realidad era algo mucho peor, miró a la ventana y se sorprendió al ver que eran unos 20 o 30 en la parte trasera de su casa. Entraron por la puerta de atrás. Él salió corriendo con una escopeta hacia la iglesia que estaba cerca. Entró, cerró la puerta y la trabó con palos. Se dio vuelta y apuntó: era un cura de la iglesia. Le pregunto cuál era su nombre y le contestó “Ford, ¿y el tuyo?”. “El mío es Dominic”. Se pusieron a charlar. Dominic le dice que tiene un antídoto para ese mal. Ford le pregunta cómo había empezado todo. “Cuando un virus contaminó un edificio mandaron a los mejores agentes. El edificio estaba bajo tierra. Se comunicaban por radios. Uno de ellos llamó y le dijo que eran muertos vivos, humanos que volvían de la muerte. En ese momento se cortó la comunicación y se oían gritos y disparos. Así fue como se contaminaron.” Ford le preguntó si la cura estaba en ese edificio, pero tenemos que salir de aquí. “Tengo una idea”, dijo Dominic. “Yo tengo un auto de carreras, le puse armas y misiles”. Ambos tomaron el vehículo y salieron por la puerta de atrás atropellando zombis. Entran al edificio agarran el virus que los vuelve a la normalidad y los zombis que quedan van muriendo convertidos en esqueletos.

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