Rocío Ibarbuden, “La niña y el fantasma”

Cuando desperté el fantasma todavía estaba ahí… Ese cuento le contó Isabel a su hija Matilda cada noche antes de ir a dormir. Lo contaba poco a poco, atrapando a la niña en el relato. Matilda le tenía mucho miedo a esa historia porque el libro tenía el dibujo de un fantasma horroroso en la tapa.
Dos o tres semanas después, al terminar las clases, Isabel y su hija decidieron irse de vacaciones a Córdoba, donde vivía la familia de su papá. Él había muerto en un accidente unos años antes.
La niña de once años empacó todas sus cosas y escondió el libro para que su madre no lo llevara.
Finalmente llegó el día. Su mamá llamó un taxi y se fueron al aeropuerto. Al llegar, abordaron el avión y tras unas horas llegaron a destino. El pueblo se llamaba Nono. Allí caminaron y caminaron hasta la casa de sus parientes. Mientras tanto en su casa de Buenos Aires, el libro fue movido por el viento y el fantasma escapó de la tapa del libro, atravesó la puerta y salió a la ciudad causando mucho alboroto. Él no entendía por qué nadie le tenía miedo como en el cuento. Él no sabía que al ser un fantasma nadie podía verlo.
Tiempo después, madre e hija ya habían llegado a su casa y el fantasma ya se había adaptado. La niña, para que su madre no sospechara, agarró el libro para ponerlo en la mesada y al ver que el fantasma no estaba pegó tal grito que el espíritu la vio y para evitarse problemas intentó meterse en el libro pero ya no podía hacerlo. Matilda decidió no decirle nada a su mamá y ayudarlo. Buscó en libros y en Internet, en todos lados, para poder encontrar cómo poner a un fantasma dentro de un libro.
-        Al fin!!!!
Gritó con todas sus fuerzas cuando descubrió la respuesta: existía una poción mágica que solo su tía podía preparar. La niña le explicó todo y le mostró el fantasma. Su tía le creyó de inmediato. Rápidamente preparó la poción, el fantasma la tomó y ¡Puffffff! Desapareció. Matilda tomó el libro entre sus manos y vio aliviada que el fantasma había vuelto a su hogar.

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