Mauricio Micciullo


En un pueblo muy lejano, de pocas casas y algunas de estas abandonadas, vivíamos mi padre, mi familia y yo.
Este pueblo se llamaba Torre Fuerte. Allí nos mudamos cuando falleció mi madre, pero la realidad es que no hallábamos paz. Yo no encontraba modo de estar tranquilo... lo cierto es que cada vez que despertaba en la noche, no volvía a dormir.
Desde el comedor se oían ruidos de cubiertos rosando los platos y hasta a veces oía pasos cada vez más resonantes como si se trataba de alguien acercándose por las escaleras hacia mi cuarto, así me quedaba observando la puerta hasta que amanecía.
Pasado cinco años, ya cansado de este misterio, decidí hacer algo al respecto. Ya lo había comentado a mi familia, a mis amigos y luego al psicólogo (de no ser por mi padre que me dijo que callara semejante tontería, me hubiese atendido también un psiquiatra), es que nadie me creía y mi familia nunca oía nada. Así que ese día me determiné a bajar.
¿Qué es lo que me esperaba allí abajo?, no lo sabía. ¿Ratas?, por las dudas llevaba un palo de béisbol; ¿lobos?, por si acaso una raqueta de tenis; si era otro ser no tenía ya recursos, las ollas y los sartenes estaban en el mismo lugar de donde se sentían los ruidos.
En fin, cuando volví a despertar, tomé el palo y la raqueta, y oí el primer ruido. Comencé a abrir la puerta y a acercarme hacia las escaleras, al bajar el primer escalón, me daba la impresión de que alguien me observaba desde algún lado, desde la cocina se oían los mismos ruidos de siempre solo que esta vez veía un resplandor azul y luminoso que venía del comedor.
 Llegué a bajar el sexto escalón cuando sentí rechinar el primero y luego una mano fría en mi hombro. Rápidamente bajé las escaleras de un salto y me metí en el baño. Allí me quedé y solo escuchaba que es lo que me perseguía. ¿Qué es lo que había?
De la escalera se escuchaba un zapato y algún extraño sonido como un pie de madera y se aproximaba cada vez más hacia el baño hasta que...¡¨toc¨toc¨toc¨! No me atrevía a preguntar quién era. Luego el picaporte comenzó a girar y... ¡¨chaj¨!, se abrió la puerta. Solo era mi abuela con su bastón, eso explicaba ese ruido a madera.
Pero tenía que averiguar de qué se trataba la luz del comedor. Sé que era un fantasma, porque... esa luz nunca la había visto.
Al día siguiente bajé y me acerqué al comedor. Faltando muy poco para llegar comencé a escuchar los ruidos que nunca me dejaron dormir y me detuve por un segundo, luego empecé a ver brillar ese resplandor azul y mi inquietud por saberlo me llevó a ir hacia la luz y cuando llegué al comedor... allí estaba mi madre!!! Sentada comiendo . No lo podía creer!!! Lo hacía una y otra vez como si me ignorara. Traté de hablarle pero no pude, mi garganta tenía un nudo. Me paralicé por unos segundos y volví a mi cuarto.
La noche siguiente cuando desperté el fantasma todavía estaba ahí, estuve cinco noches bajando y tratando de hablarle. A la sexta noche me miró a los ojos y me dijo : “VENGO A BUSCARTE PARA QUE VENGAS CONMIGO Y NUNCA MÁS VOLVER A ESTE LUGAR”. Corrí a preparar mis bolsos y cuando llegué a las escaleras, este resplandor detrás de mí me dijo: “¡DETENTE!, LA ÚNICA MANERA DE ESTAR CONMIGO ES ÉSTA... Y ME EMPUJÓ POR LAS ESCALERAS”. En cuestión de unos segundos sentí garras en mi estómago, luego se desprendió mi alma de mi cuerpo y pude ver, al final de las escaleras, cómo sangraba mi cuerpo. Ya era igual que mi madre ahora solo restaba lanzar por las escaleras a mi padre y a mis abuelos para ser todos iguales y estar todos juntos...

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